¿Qué sucedió ese día en un encuentro tan desigual? ¿Qué ánimo destilaban los tripulantes de una destartalada fragata que sabían que iban al sacrificio?
POR JORGE ABASOLO
Para dimensionar la hazaña de Iquique, esta vez presento a mis lectores un documento inédito que intenta reflejar lo que sucedió en un día que está destinado a marcar surco y camino en la historia naval del planeta.
Se trata de la carta de un tripulante de la Esmeralda, testigo de primera fila de un combate encarnizado, sangriento, desigual y de funestas consecuencias.
El contenido medular de esta carta pertenece al guardia marina Vicente Zegers Recasens enviada a su padre una semana después del Combate Naval de Iquique.
En ella, queda de manifiesto que hay hechos inefables, pues las palabras (por muy bien escogidas que sean) no pueden traslucir las emociones…o la crudeza de un episodio como el de aquel 21 de mayo.
Querido papá:
No sé si esta carta llegará a sus manos, pero quiero relatarle el desigual combate habido entre el blindado peruano Huáscar y nuestra débil pero gloriosa corbeta Esmeralda. Es natural que no relate muchos de los incidentes de esta horrible tragedia…pero es natural, debido en parte a lo intenso y sensible que me resulta relatar escenas terribles, infernales…que sería necesario verlas para comprenderlas.
(…) Es natural que nuestra gente, al ver la inmensa superioridad del enemigo hubiese desmayado, perdido el entusiasmo o haberse rendido. Pero no fue así,…y al oírse el toque de corneta todo el mundo corrió a sus puestos y con la esperanza que se experimenta al defender la patria querida.
Cuando el enfrentamiento de las naves era inminente, mi capitán Prat lanzó una arenga que vino a fortalecer el propósito de nuestros tripulantes, al expresarse en estos términos:
Muchachos: la contienda es desigual, pero ánimo y valor. Hasta ahora ningún buque chileno ha arriado su bandera y espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Por mi parte, os aseguro que mientras viva tal cosa no sucederá, y después que yo falte, mis oficiales sabrán cumplir con su deber.
Querido papá, sería necesario…que usted se hubiera hallado en un caso semejante para comprender el entusiasmo que es capaz de despertar un Viva la Patria, lanzado por un jefe querido, en aquellos supremos instantes. A muchos les vi lágrimas en los ojos…
Nos habíamos acercado mucho a tierra y nos sentíamos seguros de los espolonazos, cuando una lluvia de balas de cañón y rifle lanzadas desde tierra…la primera sangre que corrió fue causada por esos disparos. Una de las granadas dio en el estómago a uno de los sirvientes de un cañón, matándolo en el acto.
Casi a las dos horas del combate, el Huáscar acertaba su primer balazo, el que penetró por babor y llevándose la pierna de uno de los marinos.
El guardia marina Vicente Zegers, fue
testigo de primera fila de aquel Combate
del 21 de mayo de 1879
Yo me encontraba próximo a la amura de estribor (costado del buque) con el teniente Uribe, cuando una granada dio en ella hiriendo gravemente a un sirviente del cañón en que yo estaba. En ese momento se me acercó el teniente Serrano y me dijo: ‘Vamos a la cámara a tomar la última copa’. Lo seguí y luego de darme un abrazo, me dijo algunas palabras que indicaban lo resuelto que se encontraba a todo.
Luego, subí por la escotilla a cubierta, impresionado por sus palabras, cuando encontré a un mecánico que también me abrazó, diciéndome: ‘Señor Zegers, adiós…llegó la hora de darse hasta el final’. Le aseguro, querido papá, que aquellas escenas eran de partir el alma a cualquiera.
Cuando me encontraba ya en cubierta el combate estaba en su momento más cruel. El Huáscar disparaba sin cesar causando enormes estragos. No había ni heridos, pues solo se encontraban cuerpos mutilados sin señales de vida. Me dirigí a un cañón he hice algunos disparos, pero pronto el cañón quedó fuera de combate.
Me dirigí de nuevo a proa y al pasar por el cañón que había disparado me encontré con el cadáver mutilado de un cabo amigo. Una granada del Huáscar le había volado la cabeza y parte de los hombros…momentos más tarde subí al castillo, donde me refresqué con un poco de agua con cognac que tenía el teniente Uribe y en seguida me fui de nuevo a popa, donde me ocupé en disparar con varios cañones.
Serían como las 12 y media cuando sentimos el choque horrible que nos daba el Huáscar en pena popa. En ese momento el comandante (Prat) gritó: ‘Al abordaje, muchachos’, abalanzándose primero el mismo sobre la cubierta del buque enemigo. Ud. puede comprender cuál sería la situación de nuestro bravo comandante al verse acompañado de un solo hombre. Los que lo vieron de cerca dicen que estaba pálido, y demostrando en los ojos el fuego patrio que lo animaba, se adelantó hacia la torre del comandante. Desgraciadamente, en ese instante recibió un balazo en la cabeza que lo dejó muerto sobre cubierta.
Debo hacer constar aquí un hecho que nos causó en el entrepuente muchas bajas. Al dar el Huáscar su espolonazo, disparó a boca de jarro los dos cañones de su torre, cuyos proyectiles penetraron en el entrepuente causando las más horribles muertes y estragos. Fue una carnicería.
Era cosa que partía el alma ver los restos humanos que por todas partes cubrían la cubierta de este departamento.
En medio de tantas correrías, casi choco con teniente Serrano, quien me dijo: ‘Nuestro comandante ha muerto’.
Eso me hizo comprender que era necesario perecer como el, antes que arriar nuestro pabellón patrio, que orgulloso flameaba en el palo de mesana.
Serían como las 12:30 y el enemigo, como a 300 metros continuaba sus disparos sin interrupción, causándonos tremendas bajas. Ahora, el Huáscar se aprontaba para darnos la segunda embestida. Al juntarse los dos buques, el teniente Serrano, revólver y espada en mano, gritó: ‘¡Al abordaje!’ y la gente se lanzó al castillo con ese objeto. Sólo alcanzó a saltar Serrano acompañado de doce valientes más. Yo los vi cuando avanzaban, acercándose a la torre, al pie de la cual el teniente Serrano recibió un balazo que lo tendió en cubierta, alcanzando a decir:’Yo muero, pero no hay que rendirse, muchachos’.
Los valientes trataron de cumplir con esta orden pero…o fuero muertos a bala, o quedaron sin municiones.
(…) Lo peor vino cerca de la una de la tarde, cuando sentimos el tercer choque, más terrible que el anterior, sintiendo al mismo tiempo las detonaciones producidas por los cañones del enemigo, que produjeron ahora estragos inimaginables. Una granada penetró por estribor, mutilando horriblemente a unos y matando instantáneamente a otros. En aquél lugar se encontraban varios muchachos de 12 a 14 años, ayudantes de timonel, que quedaron vivos pero cruelmente heridos, lanzando alaridos capaces de conmover al hombre de corazón más duro en el mundo.
Un cabo de guarnición de apellido Reyes, que sabía tocar la corneta, al ver que el del buque había sucumbido, la tomó y siguió tocando con fuerza admirable, hasta que vino una granada que le voló la cabeza.
Si esto es terrible, querido papá…aún falta lo peor. Se hallaban en la sala de armas y listos para subir a cubierta, los ingenieros Mutilla, Manterola y Gutiérrez, que habían abandonado la máquina por estar llena de agua, junto a los mecánicos Torres y Jaramillo, el sangrador, el maestre de víveres, el despensero y dos carpinteros, cuando vino una granada que los destrozó a todos, no dejando vivo sino a Segura…qué no podía creer que había quedado con vida.
La Esmeralda se hundía rápidamente de proa. Estábamos casi todos los oficiales en la toldilla y optamos por esperar que el buque se sumergiera. Ya la proa desaparecía bajo las aguas cuando se sintió un último tiro, al mismo tiempo que un ¡Viva Chile! Lanzado por los pocos sobrevivientes demostraba a los observadores de aquella terrible tragedia el valor de que eran capaces los hijos de nuestra noble tierra.
Cuando el buque se hundió yo estaba en la toldilla y al instante sentí hundirse el buque bajo mis pies y el torbellino inmenso que formo al desaparecer bajo las aguas…
Permanecí por algunos momentos sin saber lo que me pasaba y sólo Dios sabe cómo salvé.
Yo veía muy de cerca al Huáscar y sus botes que trataban de salvar a los náufragos, más no se qué instinto me obligaba a huir de ellos. Pero el bote avanzaba con gran ligereza y pronto sentí sobre mi cabeza la voz de un oficial que me decía que subiera al bote. Decidí subir y allí me encontré con varios compañeros que ya habían sido recogidos. Pronto fuimos llevados a la cubierta del Huáscar, donde permanecimos más de cuatro horas, para luego ser llevados a tierra, donde permanecemos como prisioneros de guerra.
Iquique, 28 de mayo de 1879