Las decisiones no pueden limitarse a ciertos beneficios otorgados desde la capital para neutralizar el descontento de tal o cual región por algún tiempo. Se requiere de ajustes institucionales que entreguen a las regiones un nivel de decisión mucho mayor en sus propios asuntos.
Cuando reviso lo que han dicho extranjeros que han estado en Chile por un buen tiempo, resaltan como virtudes o cualidades la amabilidad, el hecho de que el chileno, con tal de agradar más allá de lo necesario, lo que nos hace encalillarnos hasta los tuétanos con tal de que la visita se sienta querida y como en casa.
Por cierto abundan los elogios a nuestros paisajes y frutas.
Sin embargo, a la hora de señalar nuestros defectos propalan varios, que se pueden sintetizar en un dos palabras: Pereza y Centralismo.
Pero, hay más…
Tanto los organismos vegetales como los estatales tienen vida propia y padecen de enfermedades. Obvio. Las más frecuentes de estos últimos son la controlomanía endógena, la anemia presupuestaria y la desidia artrítica.
Conviene aclarar que la más contagiosa es el centralismo atávico.
Se le denomina de esta manera, porque su origen se remonta a Felipe II. Como es sabido, su padre –Carlos V- le escribió cartas secretas acerca de los altos designios a que Dios lo destinó y sobre los peligros de confiar en subalternos. Cuando fue hecho Rey, Felipe II tomó muy en serio ambas cosas.
Para estar cerca de Dios se pasó la mayor parte de su reinado encerrado en una pequeña oficina en El Escorial, con vista al mar. Impartió instrucciones ridículas, como los lugares donde debían fundarse las ciudades y…¡hasta las horas en que debían rezar los niños antes de acostarse!
En ese momento terminó el apogeo del Imperio Español. El centralismo burocrático, que tan arraigado estaba en las tradiciones administrativas de los países conquistados por España, pasó a ser el principal factor del posterior inmovilismo de la cultura hispánica. Desde ese instante se hizo norma confundir lo importante de lo accesorio, desconfiar de la gente y sobre todo de aquello que no emanara de Santiago.
Lo insólito es que a más de 400 años, el centralismo iniciado por Felipe II sigue imperando, nadie lo cuestiona y las consecuencias siguen visibles.
Pongamos un ejemplo reciente:
En el mes de octubre de este 2024 tendremos elecciones para votar a gobernadores, consejeros regionales, alcaldes y concejales. Luego, mucha gente se pregunta, ¿cuál es la diferencia entre gobernadores y delegados presidenciales?
En diciembre de 2018, fue promulgada la Ley N° 21.074,
con el propósito de fortalecer la regionalización en Chile, lo que redundaría en un gran avance para la independencia de las regiones.
Pero ocurre que esta ley se contradice, ya que las atribuciones del Gobernador son meramente para gestionar proyectos y administrar recursos entregados por el gobierno central, a su vez aprobados por el Consejo Regional (CORE)
Distinto es el caso del Delegado Provincial, que dirige las tareas del ministerio del Interior en asuntos de orden público, Extranjería y la seguridad de sus habitantes. Además, tiene la facultad de proponer al presidente de la República la designación de Seremis.
En otras palabras, los Delegados Presidenciales pasan a ser los antiguos Intendentes, designados por el Presidente de la República y todo indica que el Ejecutivo desea mantener el control territorial de las regiones.
Es decir, todo esto ha sido un cambio gatopardiano: las cosas tienen que cambiar paraqué todo siga igual.
Ahora entiendo por qué la palabra burocracia (de origen francés) recién se introdujo en el diccionario de la RAE el año 1911.
Antes de esa fecha, estaba en trámite.