UNA CRUEL REALIDAD :Por Mario Grandon Castro

El conflicto en el Medio Oriente entre Israel y Palestina puede parecer distante para muchos de nosotros, y es fácil caer en la creencia de que siempre ha existido y siempre existirá, como el proverbial “perro y gato” que nunca se llevan bien. Sin embargo, esta visión simplista no captura la complejidad y la tragedia humanitaria que subyace en esa región del mundo.

Es cierto que a menudo estamos más preocupados por nuestras propias realidades locales, como las próximas elecciones en Chile o nuestras aspiraciones personales de poder. Pero al mirar más allá de nuestras fronteras, nos enfrentamos a una realidad desgarradora: niños pequeños luchando desesperadamente por un pedazo de pan, familias enteras viviendo en la miseria y la desesperación.

En el Medio Oriente, la lucha por el territorio se convierte en una prioridad por encima de las necesidades básicas de la población. Los ancianos, los discapacitados y los más vulnerables a menudo quedan marginados, luchando por sobrevivir en medio del caos y la violencia.

Es fácil sentirnos desconectados de esta realidad cuando estamos a miles de kilómetros de distancia, pero debemos recordar que somos parte de una comunidad global. La indiferencia no es una opción cuando se trata de la dignidad y el sufrimiento humano.

Es hora de mirar más allá de nuestras propias preocupaciones y reconocer la humanidad compartida que nos une. La tragedia en el Medio Oriente nos llama a la acción, a levantar nuestras voces y trabajar hacia una solución pacífica y justa para todos los involucrados. Solo entonces podremos avanzar hacia un futuro donde la paz y la prosperidad sean accesibles para todos, independientemente de su origen o ubicación geográfica.

 

Es realmente desgarrador ver esas imágenes de niños extendiendo sus pequeñas manos en busca de algo tan básico como un trozo de pan. Es un recordatorio impactante de la desigualdad y el sufrimiento que persisten en nuestro mundo, incluso en nuestras propias comunidades.

Es cierto que, aunque nos sintamos distantes de las tragedias que ocurren en lugares lejanos, también debemos enfrentar la realidad de la pobreza y la privación en nuestros propios países. En Chile y en muchas partes del mundo, existen familias que luchan por satisfacer las necesidades básicas de alimentación y vivienda. Los niños que solo reciben comida en la escuela, los hogares donde los fines de semana son sinónimo de escasez y angustia, son realidades dolorosas que no podemos ignorar.

Es hora de que reflexionemos sobre nuestras prioridades y valores como sociedad. La búsqueda constante de más riqueza y poder personal no puede cegarnos ante las necesidades de aquellos que están menos privilegiados. Debemos reconectar con la solidaridad y la compasión que nos define como seres humanos, y trabajar juntos para construir un mundo donde todos tengan acceso a una vida digna y próspera.

Cada uno de nosotros tiene el poder de marcar la diferencia, ya sea a través de acciones pequeñas o grandes. Volvamos a nuestras raíces de empatía y generosidad, y comprometámonos a ser mejores cada día, no solo para nosotros mismos, sino también para los demás. Es en la unidad y la colaboración que encontraremos la fuerza para superar los desafíos y construir un futuro más justo y  equitativo para todos.-

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