POR JORGE ABASOLO
COMO LA TRAVESIA del Winnipeg se denomina al viaje especial del barco Winnipeg, transportando 2.200 españoles republicanos exiliados tras la Guerra Civil Española, hasta la llegada a Chile el 3 de septiembre de 1939.
Dicho viaje fue gestionado por el cónsul poeta Pablo Neruda y el canciller Abraham Ortega Aguayo.
En este sintético libro, su autor, Jaime Ferrer advierte que en la época actual estamos viviendo diversos fenómenos de características globales. Entre ellos, asoma el de las inmigraciones masivas (hoy por hoy, indiscriminadas) tema del que nuestro país no ha estado ajeno.
A raíz de lo mismo, en muchas ocasiones se ha dicho que las políticas inmigratorias nacionales revelan una tendencia discriminatoria.
No estoy de acuerdo. Es cosa de recordar que las inmigraciones organizadas de alemanes, suizos, franceses e italianos entre otros, se produjeron en el siglo 19, debido a que la política de los gobiernos de la época era bastante pro-europeas.
De las inmigraciones actuales…¡mejor ni hablar!
EL CASO DEL WINNIPEG
Al término de la Guerra Civil Española en 1939, el destacado poeta Pablo Neruda se encontraba en Chile, al enterarse de la situación de los refugiados españoles en tierras francesas. En consecuencia, se sumerge en tratativas para ir en auxilio de los perseguidos, para lo cual se pone en contacto con el Presidente de la Republica, a la sazón, Pedro Aguirre Cerda. Éste, lo nombra cónsul especial para la inmigración republicana española con sede en el país galo.
Luego de más de un mes de travesía, el 2 de septiembre el vapor Winnipeg recaló definitivamente en costas chilenas, en el puerto de Valparaíso. En él venían según el informe del Prefecto de Investigaciones, Oscar Hormazábal Labarca, 1979 refugiados. De ellos, 1.200 se dirigirían en un tren especial a Santiago para ser distribuidos en la capital y otras ciudades del Sur.
“Winnipeg”, de Jaime Ferrer (Ediciones Cal Sogas, 102 páginas) es un libro que logra un compendio de gran factura para fisgonear en hitos pocos conocidos de un caso demasiado conocido. Un trabajo hecho con el rigorismo propio de un magíster en Educación y gran epígono de la historia.
Y así, nos enteramos que un viaje que debía ser uno de tantos, se convirtió en una odisea, a raíz de la siniestra figura de Gabriel Pupin, un tipo de conductas ominosas, abducido por ideas tan escleróticas como fanáticas. Lo peor del caso es que Pupin no era un pasajero más del Winnipeg, sino el comandante de la nave.
Escrito en prosa amena y ágil, Ferrer nos relata hitos desconocidos para quienes creíamos saber bastante de un suceso que pudo cuajar en tragedia.
Mención aparte merece Emile Sellon, quien se desempeñara como marinero jefe de la tripulación. Su comportamiento fue vital para que la misión no abortara ante las actitudes estólidas de Pupin. Le conocía bastante como para no caer en el garlito de impedir que la nave llegara a destino y estaba enterado de las ideas delirantes de Pupin, una persona que flotaba en un mundo fantasioso, inherente a su avanzado alcoholismo.
Ante la inminente llegada del Winnipeg a costas chilenas, cierto bando de la prensa nacional miró con renuencia el arribo de la nave. Con ello intentaban transmitir hasta la exageración el miedo cerval de un sector de la ciudadanía, que barruntaba que al país llegaría una recua de haraganes y obreros que en nada contribuirían al desarrollo de la cultura. La mendacidad de ciertos políticos contribuía a generar un clima de animadversión para con los inmigrantes.
En este sentido, papel protagónico le cupo al ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Aguirre Cerda, don Abraham Ortega. El canciller se la jugó a ultranza para impedir que el ingreso de los inmigrantes españoles a Chile derivara en un proyecto abortado.
En este libro, Jaime Ferrer hace justicia con Abraham Ortega Aguayo, el corajudo abogado y canciller nacido en la ciudad de Lumaco.
En síntesis, un libro altamente recomendable que –en pocas páginas- entrega antecedentes desconocidos de un hecho supuestamente muy conocido.
PARRAFO ESCOGIDO
-“Unos días antes del zarpe, todos los tripulantes fuimos convocados a la casa del comandante Pupin, donde nos leyó una orden de la Compañía, que solamente debía ser dada a conocer cuando ya estuviéramos navegando. Pupin se mostraba Casi tan grandioso como Dios, esto es lo que deduje de esa patética reunión imprevista. También nos advirtió que durante la travesía no podríamos hace uso del telégrafo ni de otro medio de comunicación sin su autorización. La tensión entre la tripulación se hacía cada vez más fuerte y profunda”.