Este notable ingeniero forestal ha dedicado años a estudiar la flora chilena, especialmente los árboles y su identificación con nuestra idiosincrasia
ENTREVISTA DE JORGE ABASOLO
Nacido en Santiago de Chile (1970) este Ingeniero Forestal es un enamorado de la naturaleza. Tiene sentido del humor, pues más que Ingeniero Forestal se declara Buscador de Objetos Perdidos, Gestor de Sueños y Tejedor de Versos.
Es un personaje atípico, como muchos estudiosos y enamorados del conocimiento.
Basta cruzar una palabras con él para percatarse que se trata de un hombre que gusta más del fondo que la forma de las cosas.
Vivió hasta su juventud en la comuna de La Granja y terminó su soltería en Puente Alto. Se tituló de Ingeniero Forestal en la Universidad de Chile, mientras tanto formaba parte del elenco de danza del Ballet Folclórico Antumapu, donde se inspiró en la cultura folclórica chilena para desplegar su vocación de investigador, escritor y difusor de la cultura, potenciando este llamado a través de un Diplomado en Gestión Cultural, que dictaba la misma Universidad en su Facultad de Artes.
Es miembro de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, siendo hoy presidente de su Sección Folclore. Participa además en la Corporación Roberto Parra Sandoval y en la Fundación Nicomedes Guzmán. Su amor por los libros lo ha llevado a escribir un prólogo en la obra compilatoria Contrapunto entre el Mulato Tahuada y don Javier de la Rosa (Santiago: Ediciones Tácitas, 2016), y a ser editor en el libro de memorias de un actor chileno, El escenario: pasión constante, de Enrique Del Valle Ballés (Santiago: Editorial Perla del Norte, 2022).
-Así como el budismo tiene su propio árbol (de la Iluminación), ¿Chile cuenta con un árbol que lo identifique?
-Yo creo, estando de acuerdo con el Registro Civil, que la araucaria es un árbol significativo para la identidad de Chile. Y menciono a ese servicio público, ya que alguien ahí decidió, con muy buen sentido de la identidad, poner a la Araucaria araucana, Monumento Natural de Chile desde 1990, en la tapa de las libretas de matrimonio civil desde una fecha que no conozco. Ese árbol, algunos de cuyos ejemplares han llegado con vida a nuestros días después de varios siglos, nos representa, según mi creencia, como parte de un símbolo de la alimentación, pero también de la conexión con lo alto. Cualquier árbol de gran altura es como una antena que nos conecta con lo alto, con el cielo, con el más allá, el wenu mapu (el cielo en mapudungun). Esa función, y muchas más, cumple un árbol de esta especie. Una función “útil” como es la alimentación a través de sus frutos, los piñones, que se pueden adquirir en muchas ferias libres, por ejemplo, acá en la ciudad de Santiago; y una “simbólica”, como es la conexión con lo alto. El ser humano siempre considera venerable, digno de ser respetado, un árbol que alcanza cierta altura. También es temido, por cierto, en el entorno de la ciudad, por los efectos de una supuesta caída. Pero, dejando de lado lo anterior, el árbol de gran altura es, en todas las tradiciones occidentales, una conexión con el cielo, con el más allá, con los dioses del Olimpo.
Esto mismo se puede aplicar al otro gigante del bosque chileno, que también, como la araucaria, compartimos con nuestros hermanos argentinos: el alerce. Él reúne las mismas características identitarias que la araucaria, y merecería, hoy más que nunca en forma efectiva, el reconocimiento y protección legal que, desde 1977, se le ha otorgado en “la letra”, como Monumento Natural.
SERENIDAD DE ESPIRITU
-En muchas latitudes los árboles han servido de puente hacia otros estados de conciencia, alcanzados por la contemplación, ¿algo de eso queda en Chile, o es una práctica extinguida?
-Tengo pocas luces al respecto, pero creo que hay pequeños grupos, que se podrían tildar de religiosos, basados en creencias que acuden a la madre naturaleza, que pudieren hoy mismo estar vinculados a usos habituales en ceremonias o, al menos, en actitudes de contemplación de árboles, lejos de la ciudad, en entornos de bosques o parques silvestres que contengan árboles de especial figura o de grandes dimensiones. Algunos de estos pequeños grupos pudiesen ser identificados con comunidades de pueblos originarios, relacionados íntimamente a los bosques nativos, o bien a organizaciones de personas que son practicantes del naturismo, yoga, disciplinas vinculadas con prácticas religiosas orientales, etc. Personas que “no salen en la tele”, salvo contadísimas excepciones, cuando a este medio le resulta rentable, por tanto, interesante, mostrar a esas fracciones de la sociedad que son una excepción dentro de la masividad y uniformidad de hoy.
-Como seguidor de la psiquiatría me llamó la atención en tu charla la relación que hizo Carl Jung entre el árbol y ciertos sueños. ¿Te puedes extender un poco en eso?
-Como resultado de las investigaciones del doctor Jung, según lo que he recogido en las fuentes de mi trabajo, el árbol aparece mencionado durante la terapia de muchos pacientes. Jung las interpreta como una imagen sustentadora y de integración en momentos de crisis del paciente. Según Jung: “Un árbol antiguo representa simbólicamente el crecimiento y desarrollo de la vida psíquica”. Queda como constatación de este aserto del doctor Jung, la abrumadora evidencia de testimonios en el arte, el mito, la historia, la literatura, las ceremonias y rituales de la vida religiosa, algunas leyes y tabúes culturales, así como costumbres, tradiciones y leyendas populares o folclóricas en el mundo entero.
El culto al árbol, según la evidencia mitológica y arqueológica de los últimos 6 mil años, muestra que aparece en muchas formas: árbol de la vida, árbol del conocimiento, árbol del paraíso, árbol universal. Hay imágenes de árboles en cilindros de sello grabados en Caldea datados en 4 mil A.C., o en rocas del Neolítico en Europa y Asia.
La religiosidad más primigenia parece estar vinculada con árboles vivos, allí donde fue posible. De este modo, mito y ser vivo fueron uno solo. Con la sofisticación de la cultura humana, mito y árbol vivo se fueron distanciando.
Creo que así podría describir, brevemente, el trayecto entre el ser vivo, un árbol, y su símbolo, para llegar a la mesa de trabajo, o al diván, del doctor Jung, merced al imaginario del inconsciente de sus pacientes.
Resumiría todo en términos de que el árbol es uno de los símbolos más recurrentes en la vida psíquica, espiritual, simbólica y, por supuesto, material o económica de nuestra sociedad occidental. No puedo dejar de destacar en el ámbito literario, tantas obras, poemas, textos en prosa, cuadros pictóricos, donde el árbol es el protagonista para tantos artistas chilenos.
En el campo literario, destaco la gran obra, pero desconocida masivamente, del profesor y escritor Luis Oyarzún, el gran adalid del árbol, quien se preocupó en sus ensayos, particularmente en Defensa de la tierra (Santiago: Ed. Universitaria, 1973), de relevar y buscar un equilibrio en las relaciones ecológicas entre el ser humano y el árbol, comenzando por él mismo, a través del conocimiento del nombre y las particularidades de cada uno de los árboles que él cita en sus trabajos.
– ¿Cuánto hay de cierto en el sentido de que el árbol más antiguo del mundo estaría en Chile? Me refiero al alerce, de 5.484 años, que se encontraría en La Unión, región de los Lagos.
-Según mis conocimientos, ese árbol fue periciado por un colega ingeniero forestal egresado de la Universidad Austral de Valdivia, de un modo lo menos perjudicial e invasivo posible para la integridad del individuo. Hay procedimientos que son poco aconsejables, como sacar un tarugo de madera del tronco del especimen. En este caso, se extrajo un tarugo menor al radio del tronco, para no afectar a la fracción escasa que sigue viva, menos de un tercio del cuerpo del árbol, según la información disponible.
Acabo de tener una conversación con este profesional, Jonathan Barichivich, actualmente científico del Laboratorio de Ciencias Ambientales y del Clima en París, quien está en la capital de Francia con el fin de terminar un Post Doctorado. Su trabajo está marcando una huella que llama la atención en el hemisferio norte. Como digo más arriba, “eso no sale en la tele”. Nos perdemos bastante como sociedad al dedicarnos a asuntos menores, algunos derechamente despreciables, en vez de estar atentos a los que sucede con nuestra naturaleza, con nuestra tierra, la que nos sustenta, empezando por nuestros pies, que la pisan y nos permite desplazarnos por ella, luego nos alimenta, nos recrea la vista y, enseguida, el alma.
El alerce es también un patrimonio natural y cultural que está en peligro, y no lo sabemos como sociedad. Una voz de alarma verdadera, más allá de la violencia y otras noticias sensacionalistas que nos entregan los medios masivos, debiera alertarnos de que nuestra tierra no cuenta con recursos infinitos para sustentarnos, ellos hay que cuidarlos, respetando la velocidad de sus ciclos.
Estas reflexiones son aplicables a nuestro patrimonio natural, como el alerce. Tras la datación del ejemplar al que se alude, no debe existir un afán de competir con otros árboles del mundo, como las conocidas sequoias del hemisferio norte, sino que debe constituir un dato para constatar la responsabilidad que, como sociedad supuestamente formada e informada, debemos afrontar.