Propietaria de un estilo satinado, en este libro, Drina Molina demuestra que la poesía conmueve y es de inmortal vitalidad
POR JORGE ABASOLO
LA poesía es la leyenda de la desnudez de lo existente. Nada mejor que la poesía para desmenuzar las palabras y orientarlas hacia el sentimiento que el poeta o poetisa desea darle rumbo.
El lenguaje de cada momento es el acaecer de aquella leyenda en que históricamente se abre a una persona su mundo…y se conserva la tierra como lo cerrado. La leyenda que esboza es aquello que en la disposición de lo decible lleva al propio tiempo al mundo lo indecible como tal. En ese decir y “sentir” se acunan de antemano para una comunidad los conceptos de su esencia, es decir, su pertenencia a la historia del mundo.
Un tema recurrente en la poesía de Drina Molina es la soledad. Y es que en un país como Chile el tema se omite, se elude…o se esconde. Acaso porque la soledad es desgarradora.
Huelga decir que la soledad puede pensarse únicamente en relación a otro ser humano. No obstante, el ser humano también puede permanecer solo, y de hecho ha habido grandes personajes que han vivido en soledad. Son las excepciones de la regla…
Creo que Drina Molina ha soportado estoicamente sus momentos de soledad, y para ello le ayuda su condición de poetisa. Y digo poetisa porque la palabra poeta -para referirse también a las mujeres- no me convence. No me cuaja.
Barrunto o sospecho que cuando habla de la soledad, Drina se refiere a la soledad que ha visto en nuestra sociedad, en su entorno, en su hábitat…y hasta en sus amigas.
Admitamos que en lo que concerniente al plano societal, los chilenos somos renuentes a la soledad. Evitamos estar con nosotros mismos.
Hay quienes, para huir de una tendencia melancólica o de conflictos que no se atreven a enfrentar, evitan esa vida interior como si le tuviesen fobia. Optan por el ruido permanente, ese que ensordece y aturde, refugiándose en la pantalla de televisión o del celular. Y están también los que se entregan a relaciones simbióticas (la madre con el hijo, la pareja entre sí) No digo que ella sea negativo, pero hay un momento en que debemos soltar, separarse del otro para llenarse de UNO M ISMO.
La vida interior es digna de explorarse. Es una sana aventura y ligada estrechamente a la buena salud.
No obstante, debo aclarar que la soledad de que habla Molina en su libro, tiene varias lecturas. Por ejemplo, cuando se refiere a esa soledad mixturada con nostalgia por aquellos seres queridos que ya dejaron el mundo terrenal:
-“Su canto es un lamento,
en el silencio de la oscura noche,
que solo escucha su ama en soledad,
porque todos han partido ya”.
También la poetisa Molina se refiere a la soledad con una tautología tan breve como bella:
-“Esta soledad mía,
tan llena de soledades…”
BIOGRAFIA
Drina Molina Jiménez es angolina. Hizo sus estudios primarios en la Escuela N° 4 y los secundarios en el Instituto Comercial de esta ciudad (ICA)
Profesionalmente se desempeñó en el Regimiento Húsares de Angol, como Técnico de Ayudantía General.
El auténtico poeta -en este caso poetisa- descree que la poesía sea para ella una propiedad. Y esto calza a la perfección con Drina Molina, pues ella es demasiado generosa…hasta misericordiosa, más aún cuando se trata de abordar la miseria humana, incluido el dolor ajeno.
Poetisas como Drina tienen meridianamente claro que en los labios humanos, la palabra convertida en poesía jamás deja de clamar. Las palabras, los cantos, los gritos…se suceden sin fin; se cruzan, colisionan y hasta se confunden en una sinfonía diáfana, que logra ese solaz espiritual, tan imperiosamente necesario en una sociedad dislocada como la que vivimos.
El tema de la Muerte es imposible dejarlo al margen cuando de buena poesía se trata. Al tomar conciencia, todo ser humano sabe que va a morir, aunque ignore otros aspectos de la vida. El filósofo alemán Heidegger definía al hombre como un ser para la muerte. Para el cristianismo, en cambio, el hombre es un ser para la vida, aunque deba pasar por ese paradero llamado muerte.
Dejemos que habla la poesía de Molina:
-“El día que yo me muera, ¿quién llorará por mí?
Quizás las araucarias milenarias, las bellas madreselvas
y los coloridos colibríes.
Tal vez, en la Iglesia alguien interprete una sentida canción de despedida
que me acompañará en mi viaje al más allá.
El arco iris verá pasar mi alma volando a la eternidad
Y allá, posiblemente,
El Padre Dios me acoja en su Esencia Divina de Amor y me diga:
Hija mía, tranquila…ya estás en casa”.
Promisorio debut en la poesía de Drina Molina.
Esperamos su segundo libro…